jueves, 11 de septiembre de 2008

Festival de Cine y DD.HH. - El largo exilio de Ariel Dorfman y Entrevista a Salvador Allende


En el marco de la décima edición del Festival Internacional DerHumALC, Cine de Derechos Humanos, la jornada del viernes por la tarde se presentaba a priori como una oportunidad única para revisar una de las etapas más importantes y difíciles de comprender de la historia reciente latinoamericana. Porque si bien la propuesta concreta era la proyección de dos filmes que refieren puntualmente a hechos y personajes de íntima relación con la historia de Chile, no es menos cierto que tales hechos pueden y deben ser vistos como algunos de los escalones, apenas pero tanto, en el camino que condujo a la región a un infierno de intolerancia, sin sentido y desintegración. Un infierno que, no sin esfuerzos, aun no se ha conseguido abandonar.
Dentro de la sección especial en homenaje a Salvador Allende, presidente de Chile desde 1970 hasta 1973, cuando junto a casi todos sus colaboradores cercanos fue asesinado por el militar Augusto Pinochet, líder del proceso inconstitucional que sometió a su país por más de quince años, se proyectó en primer término Entrevista a Salvador Allende, reportaje realizado por el director de cine italiano Roberto Rosellini en el año 1971, inédito hasta ahora en la Argentina. La entrevista se encuentra filmada y editada de un modo bastante tosco, donde no faltan cortes abruptos en el montaje, ni desprolijidades de dubing. En el film, la actitud rígida y solemne del director, leyendo sus preguntas con voz monocorde y evidentes dificultades para adoptar con naturalidad su improvisado papel de entrevistador, contrasta con la claridad conceptual, casi didáctica, y el carácter distendido y hasta campechano de Salvador Allende. Por desgracia el placer de recuperar la mansa voz del presidente, con una tonada apenas marcada que ayuda a reconstruir su imagen cálida y humana, se ve opacado por una locución simultánea que traslada sus respuestas al italiano, para regresar al castellano en forma de subtítulo, convirtiendo la escucha en un ejercicio incómodo. Un ejemplo claro de lost in translation. Sin embargo los conceptos expuestos en Entrevista a Salvador Allende, que hoy pueden sonar a utopía casi naif para una sociedad que ha sido amasada y encajada a presión en el molde neoliberal, sintetizan con claridad los alcances e intenciones de aquel proyecto socio político, el primero en llegar al poder para intentar imponer un modelo marxista sin previa revolución armada y por medios democráticos.
Programado dentro de la competencia oficial, el documental El largo exilio de Ariel Dorfman: una voz contra el olvido, del canadiense Peter Raymont, es una narración en primera persona de las vejaciones padecidas por las víctimas de Pinochet en Chile, y a la vez una caja de resonancia para situaciones análogas ocurridas en la Argentina y casi todas las naciones de Latinoamérica, en las décadas del 70 y 80. Esa primera persona es Ariel Dorfman, reconocido escritor y activista permanente en la lucha por los derechos humanos, hoy radicado en los Estados Unidos, y uno de los pocos colaboradores directos de Salvador Allende que salvó su vida en aquella masacre del 11 de Septiembre de 1973 en el palacio de La Moneda.
Al modo de un fresco social, ambas películas componen un dístico que partiendo del idealismo bienpensante de finales de los fervorosos años sesenta, pródigo en luchas altruistas, vanguardias y sueños de libertad igualitaria, atraviesa los mecanismos inquisitivos de un poder militar que sin embargo se intuye no más que como marioneta de una instancia de control superior, para llegar a un presente en el que la sociedad chilena es presentada como un ente bipolar. Con la intolerancia como disolvente, Chile es propuesto como paradigma de la ruptura entre estos dos extremos que se tocan –y que cada vez que lo hacen nada bueno surge de ello-, un modelo que en mayor o menor medida puede trasladarse al bloque de América Latina, y cada uno de los estados que la componen.
En ese contexto, El largo exilio de Ariel Dorfman manifiesta el carácter del exilio como una circunstancia que obliga al desplazamiento no sólo físico que implica el ir de un sitio a otro, sino también el de la identidad individual y colectiva del exilado. Un concepto que no es ajeno a la literatura del propio Dorfman pero que también se encuentra, aunque con criterios estéticos diversos, en otros autores forzados a la distancia como el argentino Edgardo Cozarinsky. Este documental basado en la novela autobiográfica de Dorfman, Rumbo al Sur, deseando el Norte, también puede ser visto como un diario de viaje, una suerte de forzosa road- movie que arrastra al espectador en un itinerario de pesadilla. En ese viaje se combina el relato histórico con la experiencia personal del escritor, en cuya genealogía el exilio ha cobrado cierta condición hereditaria (su hijo Rodrigo destaca que su hija Isabel es la primera Dorfman en llegar a los 7 años de edad sin ser exiliada). Y es que en Dorfman confluyen como esquirlas, todas las líneas del dolor y la distancia: la de la muerte ajena, pero tan cercana que es uno mismo quien muere una y otra vez en memoria de los que faltan; la del exilio, al fin otra máscara con la cual la muerte señala a los que se han quedado; la de la culpa, simplemente por haber elegido la vida. La adaptación del título del documental al castellano modifica y complementa el sentido del original en inglés: A promise to the Dead: The exile journey of Ariel Dorfman, cuya traducción literal es “Una promesa a los muertos: el viaje de exilio de Ariel Dorfman”. Entre ambos consiguen abarcar y sintetizar las dos ideas centrales que son el espíritu de la obra: la del exilio como una pena interminable, pero también como un viaje finalmente aceptado como destino de vida; y la de la deuda de sangre con aquellos muertos propios (que son todos y cada uno), a quienes Dorfman se entrega como la voz que clama en el desierto del olvido.
De paso por Buenos Aires para presentar la película y participar en otras actividades del festival, la presencia de Dorfman durante la proyección permitió a los espectadores la posibilidad de prolongar la experiencia en un breve diálogo posterior.
Ese espacio sirvió para obtener del escritor algunos comentarios que son un buen complemento del documental, en tanto ayudan a entender finalmente quién es Ariel Dorfman, no sólo por sí mismo, sino por el modo en que su propia naturaleza contrasta con la de quienes representan su opuesto. Así como durante la película es capaz de manifestarle su comprensión a un grupo de mujeres conmovidas por la agonía de Pinochet -a quien con llanto histérico llaman “el padre de la Patria”-, porque él mismo conoce el dolor que representa perder a quienes se ama, del mismo modo respondió al auditorio que “si ese sufrimiento se reduce únicamente a nuestro país, se pierde; necesitamos entender lo que nos pasó para entender más a toda la humanidad”. La idea de aceptar la diferencia como primer paso a una comprensión no exenta de solidaridad: “la lucha por un mundo justo es algo que nace de nuestra especie, porque somos una especie que se indigna ante la injusticia y que es esencialmente solidaria”. Actitudes de un hombre que al ojo por ojo prefiere oponer el corazón por corazón. Demasiado humano para un “comunista”, como le dice a manera de agravio una paqueta señora en la entrada del hospital militar, donde el moribundo Pinochet esperaba que, de un momento a otro, la muerte lo igualara a sus víctimas. Al menos por un instante.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)

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