viernes, 27 de marzo de 2009

CINE - El transportador 3, de Olivier Megaton: El camino del héroe.


Parece que a Frank Martin, el personaje que interpreta Jason Statham en El transportador, el negocio de llevar a destino cualquier carga, por peligrosa o ilegal que esta fuera, se la ha hecho cosa del pasado. Después de tantas idas y vueltas, tiene una amistad con el inspector Tarconi de la policía de Marsella y disfruta de una vida tranquila pescando los fines de semana con él. Pero la paz es algo con lo que Frank no está acostumbrado a convivir y pronto será obligado por un villano más malo que el propio Satán (Robert Knepper, de Prison Break) a llevar otro paquete en su Audi negro, acompañado como de costumbre por una belleza exótica y desvalida (la debutante Natalya Rudakova), con la que por supuesto acabará en los mejores términos. Statham es a los 2000 lo que Stallone y Schwarzenegger fueron a los 80 o Bruce Willis a los 90: es inevitable no asociar su nombre a las películas de acción. Es cierto que su debut cinematográfico como protagonista de la celebrada Juegos, trampas y dos armas humeantes, del también debutante director Guy Ritchie, no podía ser más promisorio; pero es sin dudas con El Transportador que dio su gran salto hacia el camino del héroe.

Salido de la galera del movedizo Luc Besson (El perfecto asesino, El quinto elemento), el transportador Frank Martin fue el vehículo ideal para que Statham aprovechara el physiche du rol de hombre duro y sacara a relucir su carisma para este tipo de papeles. En el camino se ha convertido en una de las sagas de acción más populares de la década, aunque a años luz de la brillante trilogía de Jason Bourne, el amnésico agente de la CIA interpretado por Matt Damon. Ambas series coinciden en ser producciones de origen total o parcialmente europeo, que por diferentes motivos han conseguido hacerse un lugar entre los costosos pero más chatos productos de Hollywood. La historia no ahorra en conexiones políticas, corporaciones mafiosas, peleas de cien contra uno coreografiadas con humor y originalidad, y trece toneladas de efectos y acrobacias. Como se ve, la trama es lo de menos: aquí también Frank Martin pierde en la comparación con Bourne. De lo que se trata El transportador (1, 2 y 3) es de cumplir con las fantasías adolescentes de un público dispuesto a admirar o desear a un tipo así, que siempre consigue: A) tener el auto; B) pegarle a cuanto chino, negro o ruso se le ponga delante; y C) quedarse con la chica. Lo cual en términos éticos no será muy elevado, pero desde lo lúdico hedonístico funciona de modo aceptable.

La profesión del protagonista de El transportador resulta además la excusa perfecta para que la película recorra con rapidez diferentes destinos dentro de Europa, detalle que estando Besson de por medio no tiene nada de casual. Típico producto de esta era de coproducciones e integración de bloques, El transportador 3 se presenta como un producto paneuropeo que consigue plantear un paisaje alternativo al de las producciones norteamericanas. Así Marsella, Munich, Budapest u Odessa se convierten en ocasionales escenarios de una película cuya mayor virtud es no tomarse al género demasiado en serio. Después del efectivo Corey Yuen en la primera y del ascendente Louis Leterrier en la segunda, con Olivier Megaton (vaya apellido oportuno) la saga cambia por tercera vez de director sin alterar mucho su línea estética. Prueba de que Besson conduce, Statham dignifica.

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