viernes, 27 de marzo de 2009

ENTREVISTA - Lisandro Alonso: Filmado sobre el margen.

Con apenas 33 años, Lisandro Alonso es uno de los más promisorios hacedores del cine argentino actual. Su obra breve y prolífica incluye la realización de cuatro películas en menos de ocho años y un detalle notable: con todas ellas ha participado en diferentes secciones del prestigioso festival de Cannes. Las tres primeras, La libertad (2001), Los muertos (2004) y Fantasma (2006), componen un sólido tríptico cinematográfico desde donde Alonso ofrece a su auditorio la posibilidad de ascender de meros espectadores a testigos privilegiados. La delicadeza visual con que es capaz de extenderse en notables secuencias contemplativas a través del monte, la selva y el río –una mirada no exenta de detalles oníricos-, encuentra el complemento perfecto en un estilo narrativo libre de excesos pero no de asperezas.

Con la recién estrenada Liverpool Alonso sube la apuesta. Farrel es un marinero solitario, tosco y posiblemente alcohólico, que vuelve a ver a su madre cuando el carguero en el cual trabaja fondea en Usuahia, donde ella vive. El blanco inhóspito del invierno en Tierra del Fuego no será el primer obstáculo de su travesía: algo demora a Farrel, alguna herida a la que no le bastaron veinte años para cerrar. Un secreto que Liverpool tal vez no revele, pero que quizá alcance a ser entrevisto por ese testigo que Lisandro Alonso busca para sus películas.

¿Que público creés que necesitan tus películas y qué creés que el público busca en ellas?

Un público más… curioso, con otras inquietudes, abierto a ver cómo puede ser esta otra forma de hacer cine o esta otra forma de contar lo que le pasa a un ser humano. Un público que no se conforme con pensar que lo que le muestran es lo que hay, sino que es lo que le dejan ver, pero que todo puede ser de mil modos diferentes.

Acostumbrás estrenar tus trabajos en la sala Lugones, un espacio para cinematografías excéntricas. ¿Qué papel juega la Lugones en el encuentro con ese público?

Creo que la Lugones tiene un criterio cinematográfico que siempre deja abierta la puerta a un público que, no importa si le gusta o no mí película, pero sí que le da la oportunidad a sentir y vivir, a rescatar de ella algún elemento. Cuando voy a ver un producto del formato "Hollywood" a un multiplex no me deja ninguna curiosidad por descubrir otro. Y si no me aporta nada como espectador prefiero evitarlo. La Lugones puede abrir esa puerta, generar no que un espectador salga diciendo me fascina o no me fascina, sino que diga bueno, es una propuesta. Y con que piensen que esa propuesta es válida como para volver al cine a buscar otras, el objetivo está cumplido. Porque ese es el objetivo del cine: buscar, buscar y seguir intentando.

Liverpool significó, tanto desde lo humano como desde lo estético, un riesgo y un esfuerzo mayor respecto de tus películas anteriores...

Sí: se trató de forzar las cosas, no tratar de que un aserradero a doce grados bajo cero fuera igual a la selva. No puedo utilizar los mismos recursos de Los Muertos o La libertad para ponerlos acá, porque es ilógico. Aunque en aquellas el entorno marcara a los personajes, los obligara a caminar, a actuar, a decidir qué van a hacer tanto como Tierra del Fuego actúa sobre este marinero que regresa. Traté de seguir una lógica del entorno, que para mí es tan protagonista como el mismo personaje.

A pesar de esta imposibilidad de transpolar los universos de tus películas anteriores a Liverpool, los protagonistas parecen compartir algunas conductas o debilidades.

Tal vez eso tenga sólo que ver con los pocos recursos que quiero que tengan los personajes que me gusta filmar. Los de mis dos primeras películas son muy primitivos y humildes, no tienen sus propios medios para trasladarse ni comunicarse, para decir lo que piensan. Con Farrel pasa lo mismo: todos necesitan de la ayuda de otro para llegar donde quieren. Y eso, más allá de que parezca algo literal, habla también de la fragilidad de no tener los medios suficientes para hacer lo que realmente quieren.

Incluso Farrel parece necesitar hasta que el destino decida por él... Este volver a ver a su madre sólo porque el barco en que viaja justo pasa por ahí.

Hay algo oscuro en su cabeza que no le permite tomar las riendas para hacer lo que tiene que hacer. Farrel deambula, no va directamente al encuentro sino que se va demorando, dilatando la situación; hay una imposibilidad de cambiar su forma de ser. Se fue y durante veinte años fue otra cosa, fuera de su lugar natal, de su madre y de todo lo que dejó. Como espectador de mi propia película siento -no sé si lo harán otros- que hay un reniego, una duda constante sobre esa vuelta al hogar materno. Creo que él sabe que ahí hay algo que dejó o no pudo afrontar y lo hizo desaparecer veinte años. Ese escape no le hace fácil llegar... y a lo mejor ni siquiera quiere. Esa es la debilidad que me gusta encontrar para los personajes de mis películas.

El silencio se presenta como el lenguaje en el que mejor se expresan tus protagonistas. Hasta parece que cuando hablan lo que consiguen es confusión, como si las palabras pusieran un límite que sólo en silencio pueden sortear...

Siempre hago que la gente transite en soledad y generalmente nadie habla solo: eso ya obliga a cierto silencio. Pero también lo uso como excusa para hablar de la incomunicación, de esta gente que al no poder expresar su punto de vista, su manera de estar en el mundo, vive con menos libertades. Una referencia a las dificultades humanas para hacer contacto: es evidente que tantos medios para comunicarnos no nos alcanzan para tener una vida al menos digna.

Para filmar elegís paisajes lo más alejados posible de tu propio mundo –la selva, el monte, la tundra helada. ¿En qué te ayuda esa distancia?

Me facilita el disfrutar. Disfrutar, ir a encontrar cosas que no conozco; paisajes, gente diferente, conductas y sentimientos distintos. Es lo que me gusta del cine. En la universidad alguien nos dijo que si uno tenía el poder de contar algo, lo bueno que tenía ese poder era traspasarlo a gente, a lugares y experiencias que no conociéramos, que eso nos iba a aportar más a nosotros y a la gente que viera esas imágenes. Bien o mal, eso me quedó y si tengo una camarita y diez personas que me dicen "vamos Lisandro", prefiero irme a tratar de ver gente que todos sabemos que existe pero que no vemos, que no aparecen en las revistas, en los diarios, en la televisión, en la calle Corrientes...

Dijiste que aspirás a ocupar el lugar de otra mirada posible dentro de un medio monopolizado por una visión estandarizada y comercial…

Pero no le quiero dar la razón a mucha gente que dice ¡Ah! Lisandro hace películas para festivales. Error: hago películas para pasar en los cines. Que la infraestructura cinematográfica mundial y de distribución me obligue a sólo caer en festivales, no es mi intención. Yo quiero que a mis películas las vean millones de espectadores. Sé que con mis propuestas no los voy a conseguir, pero no por eso voy a rescindirlas. ¿Cuál es la alternativa? Cambiar los elementos con los cuales construyo mis películas para acceder a más público, más pantalla, más prensa. Ahora, ¿Me interesa cambiar esos elementos? ¿Quiero hacerlo? Cuando yo estudiaba cine, ¿me interesaba hacer ese tipo de películas? Y... no. Sé que voy a seguir filmando, lo que no quiero es seguir pegándome la cabeza contra la pared. No me quejo, sólo que estoy un poco cansado de no encontrar ninguna salida...

Esto de alguna manera te pone dentro del mundo del cine en el mismo lugar que ocupan tus personajes dentro de tus películas...

Y bueno, está bien… un poco sí. Siempre me pregunto por qué Farrel se va de la película. Y no sé porque, pero sentí que tenía que desaparecer. Y a lo mejor no estaría mal desaparecer... ¡Hacer otras cosas! Tuve la suerte de hacer cine y me dio muchísimas alegrías, pero hoy por hoy tener que hacer una película y que apenas alcance para llenar la heladera… me parece que puedo conseguir lo mismo de mil maneras que me sigan aportando como ser humano.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultural del diario El País, de Montevideo.

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