jueves, 16 de abril de 2009

CINE - Cuatro vidas y un destino (The Air I Breathe), de Jieho Lee: Prolijas,complicadas y vacías historias cruzadas

El cine norteamericano, más cercano al género que al autor, se hace sólido en la reiteración de sus mecanismos. Como en otras industrias, se trata de una solidez que suele ser más eficaz en lo financiero que en lo estructural, en lo comercial más que en lo artístico. Claro que en manos hábiles y sobre todo talentosas, estos esquemas son pasibles de ser retorcidos y resignificados a favor de la obra. En Cuatro vidas y un destino, película del debutante Jieho Lee, se distingue con más claridad el recurso que el mérito; la generalidad del modelo más que lo singular de la obra. Tanto que es fácil detectar sus intenciones.
Dividida en segmentos identificados con cuatro sentimientos (Felicidad; Amor; Tristeza; Placer), Cuatro vidas y un destino se va introduciendo en la vida de sus protagonistas, que en la medida en que avancen los episodios, voluntariamente o no, irán adquiriendo una relación más estrecha. En Felicidad, un agente de bolsa depresivo y solitario (Forrest Whitaker), obsesionado con las mariposas o cualquier metáfora que las mencione, escucha por accidente que un grupo de compañeros de trabajo planea apostar fuerte en una carrera arreglada. El caballo ganador se llama… Mariposa. En Placer, Brendan Fraser es un matón que trabaja para Dedos (Andy García), un mafioso tan violento como emprendedor. Como tiene el don de percibir algunos fragmentos del futuro poco antes de que sin remedio se vuelva pasado, este matón ha sido muy útil a Dedos, que lo tiene como su virtual número dos. En Tristeza, Sarah Michelle Gellar es una estrellita pop en ascenso con un agente ludópata, cuyo contrato pasa a manos de Dedos para saldar importantes deudas de juego. Amor, al fin, es la historia de un médico (Kevin Bacon) que nunca ha dejado de amar a la mujer que se casó con su mejor amigo. Cuando ella sufra un accidente y él enloquezca por salvarla, el destino hará girar la rueda de las coincidencias.
Una cadena de coincidencias difícil de resumir, que es el engranaje que mueve el motor de Cuatro vidas y un destino. Lo mismo ocurría en Magnolia (Paul Thomas Anderson), Tiempos violentos (Tarantino), Babel (González Iñárritu) o Vidas cruzadas (Paul Haggis). Aquellas circunstancias que en la vida real en efecto podrían ser endosadas al destino, en este caso no son sino una secuencia de arbitrariedades guionadas de modo tan ágil como obvio. Con el agravante de ya no ser el resultado de una operación cinematográfica original, sino otra de las muchas películas que han adherido al formato coral con el objeto de inducir la sorpresa en el público, a partir de una complejidad que aquí lo es sólo en términos formales. Disimulado entre la belleza de un dispositivo visual moderno pero también repetido, y una banda sonora evidente y maliciosa, el destino aludido aparece como otra herramienta de un director (y guionista) manipulador, más que como sino ineludible en la vida de los personajes. Más allá de su pincelada fantástica y del intento de coquetear con el ingenio o la gracia de algunas situaciones y diálogos con pretensiones a la Quentin, Cuatro vidas y un destino se acerca mucho más a los estereotipos de la sobrevalorada Magnolia y a la veta moral de Vidas cruzadas. Pero varios años después.


Artículopublicado originalmente en el diario Página 12.

No hay comentarios.: