sábado, 11 de abril de 2009

ENTREVISTA - Lucía Puenzo: Misterios ocultos bajo el agua.


Dentro del universo de miradas femeninas que de manera extraordinaria ha expuesto la última generación de cineastas argentinos, la de Lucía Puenzo ha aparecido con singular potencia. A pesar de haber estrenado un único film, su nombre cobró relevancia de inmediato, en parte por circunstancias meramente genealógicas (es hija de Luis Puenzo), pero sobre todo por la densidad del tema elegido para su debut y la sobriedad narrativa y cinematográfica con que consiguió desarrollarla. Estrenada en el año 2007, XXY -que relata los conflictos de un/ una adolescente hermafrodita y los particulares choques que surgen en sus entornos familiares y sociales- le deparó reconocimiento no sólo en su país, sino que obtuvo importantes triunfos tanto en los premios Goya como en prestigiosos festivales, entre ellos los de Cannes, Atenas o Montreal. Este jueves se ha estrenado El niño pez, segunda película de Lucía Puenzo. Pero ella prefiere definirla primero como una consecuencia de su trabajo literario, para luego aceptarla como segundo paso en el cine. “Antes de ser mi segunda película El niño pez es mi primera novela. La escribí ocho años antes de XXY, a los 23 años y la edité poco después. Fue lo primero que publiqué en mi vida: la escribí en tres meses sin saber hacia dónde iba, con la libertad y la impunidad que dan el no haber sido publicada nunca. Siendo también guionista, había imaginado que El niño pez era una posible película, pero nunca que yo iba a dirigirla. No había vuelto a leerla -salvo en partes- hasta que, mientras editaba XXY pensando en cuál iba a ser mi próxima película, recordé que ahí había una historia… Empecé a adaptarla sin pensar si iba o no a lograr el objetivo de filmarla después”.

Secretos y cuestiones de género

Como si se tratara de la dualidad sexual de Alex, personaje protagónico de XXY, Puenzo encuentra cierta indivisibilidad entre los procesos de ambas películas: “Los trabajos fueron en paralelo: mientras XXY empezaba su recorrido y a estrenarse en diferentes países, yo estaba terminando la adaptación de El niño pez, con toda mi energía puesta en tratar de filmarla: tardé un año y medio en conseguir la financiación para hacerlo”.
Este carácter indivisible también es evidente en el doble producto que resulta El niño pez, en tanto trabajo literario y cinematográfico, una característica que parece extenderse además al conjunto de su obra. Es que también XXY tiene un germen literario –el guión está basado en un cuento del escritor Sergio Bizzio. Sin embargo Puenzo prefiere encontrar los límites de esa relación. “No me gusta el cine que tiene demasiada carga de tinte literario. Una de las luchas que tuve al adaptar la novela fue correrme de ese tono literario, ir despojando el texto hasta dejar el esqueleto de una historia que pudiera convertirse después en una narración más visual, más cinematográfica. Fue así que la voz del narrador de la novela (el perro Serafín) le cedió su lugar a la protagonista. En el caso inverso no me pasa lo mismo: hay muchos escritores que trabajan con un lenguaje muy cinematográfico y que son para mí referentes incluso a la hora de escribir cine. Hablo de escritores como Cheever... incluso Nabokov, aunque en su literatura hay un trabajo exquisito con los detalles y con la musicalidad del lenguaje… O la oralidad de los diálogos en Puig. Son escritores que me acompañan aún más que mis directores favoritos a la hora de escribir cine”. Precisamente en el trabajo a partir de imágenes Puenzo encuentra una de las claves para hacer cine. “A diferencia de la literatura, donde no tengo hoja de ruta, cuando escribo un guión y empiezo la preproducción de una película, trato de trabajar en los aspectos visuales de todas las maneras posibles: estando cerca de los directores de fotografía y arte; pensando en imágenes más que desde el texto o los diálogos. En El niño pez dibujé varias secuencias con un storyboardista para ir acercándonos a un lenguaje que fuera despojándose de las palabras, más cuando se viene de un texto literario que es necesario dejar atrás”.
Como XXY, El niño pez reitera algunas cuestiones de género, sobre todo en relación a la incertidumbre que despliega la adolescencia. Película y novela narran la historia de dos chicas que por detrás de las barreras socio culturales que en principio las alejan, encuentran su lugar el mundo a partir de un amor desbordado por la pasión y el deseo propio de esa etapa de la vida. Lala es hija de una familia tan acomodada como disfuncional, y la Guayi la empleada doméstica que trabaja para ellos desde que llegó del Paraguay a los 14 años. En medio de sombras familiares, de oscuros traumas y secretos, aparece la figura mítica del niño pez. Se trata de una leyenda guaraní acerca de un niño que habita el fondo de los lagos y que es el encargado de recibir a quienes se ahogan en ellos. Como compañera de ruta, la mirada del espectador hace junto a las protagonistas un viaje que es a la vez geográfico e íntimo. “Es que antes que otra cosa la película es un arco emocional de Lala, que despierta una mañana para encontrar a su padre asesinado en su casa. Me interesaba más el clima de la historia que el tema. Lograr un punto de vista que obligara a quien viera la película a ir de la mano de Lala y de su confusión, sin saber ni más ni menos que ella, y no un distanciamiento que la observara y juzgara. No me interesa el cine puramente racional y moral. Ese tipo de juicio tampoco me interesa como recurso para mis novelas; ni me sale ni me divierte hacerlo”.
La aparición del elemento mítico resuena tanto en Lala como en la Guayi, protagonistas de El niño pez (interpretadas por Inés Efrón y la cantante y actriz Emme), pero también para la directora funcionó como cimiento y carne para su relato. “Siempre me intrigó cómo se construye una leyenda. Suelen ser hechos oscuros los que las detonan: un rumor, un secreto familiar en un pueblo; algo muy oscuro que va encontrando desde la oralidad su contracara luminosa. Y el lago Ypoá, en Paraguay, es el lugar en donde la Guayi enterró en el fondo un secreto, al que le encontró la forma discursiva de una leyenda para poder seguir viviendo con lo que hizo. Esa leyenda vino a tapar los secretos de toda una serie de personajes de la película. En ese sentido Lala, que es quien más la conoce, percibe que detrás hay algo más. Cuando ella va al Paraguay, va a buscar ese secreto, a tratar de entender qué es lo que la Guayi murmura en sueños, qué es lo que esconde. Sabe que detrás hay otra cosa y al final lo encuentra”.

Voces heterogéneas

Tras el éxito de su primera película, Puenzo prefiere mantener la calma ante las expectativas que pueda despertar el estreno de El niño pez. “No hay nada más riesgoso en el mundo que los parámetros de lo exitoso. Hay que combatir esta idea de que si una película no hace 200.000 espectadores es un fracaso. Las películas de José Campusano o Mariano Llinás pueden hacer muchísimos menos espectadores y ser un éxito desde otro lugar. Hay que pelearse con esa idea de los parámetros comunes para todo y saber que cada libro y cada película va a encontrar su público”.
Y no duda al confesar su preferencia a la hora de elegir un rol dentro de su múltiple ocupación: “Terminar El niño pez y volver a encerrarme en mi casa para seguir con La furia de la langosta, la novela que había dejado cuando empecé con la preproducción de la película, me generó un estado de descanso por esa libertad que da la literatura, en donde no hay limitaciones de ningún tipo; más allá, claro, de las que una misma traiga. Una libertad que solamente encuentro al volver a estar encerrada escribiendo. Todavía me siento mucho más cómoda como escritora”. Parte de una generación de directores de cine tan talentosa como heterogénea, Lucía Puenzo percibe sin embargo que pronto ya no será tan fácil contemplarlos de manera colectiva. “Tengo la sensación de que, ante la polifonía generada por tantos directores distintos y de miradas distintas, el rótulo de Nuevo Cine Argentino ya no puede ser utilizado”. Lo dice como escritora que ha encontrado en el cine una alternativa para seguir narrando con voz propia.

Círculos de confianza

Sin dudas el entorno íntimo ha sido importante en la historia de Lucía Puenzo como artista. Pero ser hija del director Luis Puenzo –nombre fundamental en la historia de la cinematografía argentina- no es el único factor que ella reconoce como determinante a la hora de encontrar un camino en la literatura y el cine. “Mis tres hermanos y mi mamá, en un pasado, pero también Sergio (Bizzio) y mis amigos más cercanos, todos son gente que hace cine o escritores. Crecí rodeada de eso. Fueron muchas las personas que estaban cerca de mí, amigos de la familia, que se dedicaban a la literatura y al cine mientras yo crecía. Tampoco es menor que mis tres hermanos varones sean directores o fotógrafos. Aunque lo mío fue un desvío largo: tardé diez años en finalmente ponerme detrás de una cámara. Era la única que estaba dedicada a la escritura”. Con el tiempo, ese círculo familiar acabó por convertirse de manera indefectible en círculo de confianza: “Son contadas las personas a las que puedo confiarles un material y de quienes en un primer momento me importa su opinión lo suficiente como para ver que voy hacer con eso. En la medida en que voy encontrando qué me gusta escribir y qué películas me gusta filmar, con mis hermanos, con Sergio, con mi viejo, todos podemos permitirnos escuchar lo que dice el otro y después decidir qué cosas tomar y cuales no”. Y la niñez, claro, como una puerta siempre abierta al país de las maravillas. “Crecí en los rodajes de las películas de mi papá. Mis hermanos y yo andábamos de un lado al otro en sus rodajes; incluso una de ellas se filmó en la casa donde vivíamos. Que filmen una película adentro de la casa en donde creciste, a los seis años, hace que el cine sea algo muy cercano para siempre. Si conviviste seis meses con un rodaje y veinte personas que viven metidas dentro de tu casa, no te diría que la realidad es inconcebible sin el cine pero sí que estuvo ahí siempre, desde que éramos muy chicos. Si de cuatro hijos los cuatro hacemos cine, es porque alguna marca dejó”.


Artículo publicado originalmente en la revista Ñ.

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