viernes, 2 de abril de 2010

LIBROS - Cine y peronismo; El estado en escena, de Clara Kriger: Peronismo technicolor

La relación de mutuo interés que liga a los estados con las diferentes manifestaciones de la cultura -el cruce del arte y el poder- ha sido siempre un tema complejo y fascinante. No pocos ensayos y tratados han pretendido, con éxito diverso, profundizar en el tema en busca de alguna conclusión definitiva y quizá el más acabado de estos trabajos, el más emblemático, sea justamente Fascinante fascismo, de la norteamericana Susan Sontag. Incluso es uno de los tantos temas que aparecen tratados de algún modo en la reciente y poderosa película de Quentin Tarantino, Bastardos sin gloria. Ambos ejemplos dejan claro que desde su nacimiento y a lo largo del siglo XX, el cine ha sido utilizado cada vez más ampliamente, con mayor o menor sutileza, como una potente herramienta política. En ese campo se inscribe Cine y peronismo. El estado en escena, de Clara Kriger, libro que consigue reconstruir desde sus páginas la compleja red de puentes que ligaron a la industria del cine con el estado, durante los dos primeros gobiernos de Perón, de 1945 a 1955.
Dividido en mitades, Cine y peronismo releva primero la acción del estado sobre la industria, a través de las diferentes políticas implementadas desde la Subsecretaría de Información y Prensa, agencia estatal que en 1954 y en virtud de la importancia que había ido ganando su responsable, Raúl Alejandro Apold, alcanza rango de Secretaría. Y es que justamente Apold es la clave de esta primera parte: apodado Zar del Cine, él fue el responsable no sólo de regular la forma en que se administraban los fondos del estado destinados al cine, sino del rodaje de una gran cantidad de cortos que el libro considera el primer antecedente de cine político en el país. Merece destacarse una afirmación de Apold, que entendía al cine como una herramienta de propaganda más eficaz que otros medios, porque en la oscuridad de la sala “la vista va hacia la luz, sin que haya voluntad capaz de evitarlo”. Un pensamiento que parece coincidir con la visión que del cine han tenido personajes como Goebbels (ver la elocuente caricatura que de él ha hecho Tarantino), pero también dos presidentes de los EEUU. Uno, Herbert Hoover, dijo alguna vez que cuantas más películas norteamericanas se vieran en el mundo, más autos y heladeras norteamericanas se iban a vender. F. D. Roosvelt le dio a la idea una forma más elegante: Primero irán nuestras películas, después nuestros productos. Ambas frases suelen ser repetidas por Manuel Antín, alguien que supo estar parado en el punto en que se cruzan el cine y el estado.
La segunda parte de Cine y peronismo, más analítica que informativa, desmenuza las formas en que el estado peronista -o las consecuencias de su acción- aparece en las diferentes producciones de la época. Segmentando el estudio en cuatro conjuntos de filmes (cine documental y pseudo documental; ficciones que representan instituciones del estado; ficciones en las que se resuelven problemáticas sociales del período y otras en las que resuenan los discursos del peronismo), Krieger despliega en esta mitad una notable capacidad de relación y observación, a través de la cual consigue ofrecer ángulos diversos desde donde abordar los títulos más representativos de aquel cine nacional. Desde Sucesos Argentinos o títulos de evidente contenido social como Las aguas bajan turbias, de Hugo del Carril, a otros en donde el subtexto es menos evidente o su interpretación más compleja, como la exitosa Dios se lo pague (Luis C. Amadori), el policial Deshonra, de Daniel Tinayre, y hasta la popular Catita de Niní Marshall, la mirada de Kriger va revelando la variedad de conflictos o cambios sociales que emergen durante los relatos del corpus fílmico de la época. Pero no de un modo orgánico ni digitado desde el poder, sino en consonancia con el escenario global de la posguerra y su impacto directo en los parámetros estéticos de la industria del cine, que van desde la aparición de movimientos europeos como el neorrealismo, a las reestructuraciones que comenzaban a darse en el sistema de estudios de Hollywood. Con la excepción hecha de la producción de cortos político- documentales, no se registran casos de imposición temática sobre argumentos y guiones, ni existen casos notables de censura registrados en el período.
Cine y peronismo concluye que, sin haber influido sobre el mundo cinematográfico del mismo modo en que operó sobre otros campos de la cultura y la vida social, el perfil de la Nueva Argentina peronista consiguió dejar marcas claras en la producción cinematográfica de la época. Pero de modo indirecto, que es siempre la mejor forma de decir, como solía afirmar Borges; valga la paradoja.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.

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