martes, 4 de mayo de 2010

LIBROS - Kriminal tango, de Álvaro Abós: Policial negro y porteño

Qué no tiene Buenos Aires que les sobre a Detroit, Chicago o Los Angeles, además de fábricas de autos, gangster y el gran cabaret de lujo de Hollywoodland. ¿No son suficientes las callecitas que se abren por sus arrabales fabriles; la humedad que empasta el aire y el asfalto; los barrios viejos que amontonan conventillos e inmigrantes? Por qué no podría esta ciudad que lo aprieta todo –puerto, manicomios, casas de gobierno, microcentro financiero- en un radio de 30 manzanas, ser el paisaje de un policial negro. Si hasta habemus tango, única magia en el mundo capaz de musicalizar esos escenarios y hacer que el lector se olvide del blues o del jazz, como si nunca hubieran sido estos el acompañamiento natural del género. Así parece haberlo entendido Álvaro Abós al emprender su nuevo trabajo, Kriminal tango, un intento de transpolar al Río de la Plata todo eso que con dificultad puede imaginarse fuera del universo de la cultura norteamericana del siglo XX. Aunque no se trata de una idea novedosa, sino de un tópico revisitado que va de alguna de las novelas de Osvaldo Soriano a El agua electrizada, relato entre intelectual y metafísico de C. E. Feiling, quien desde el extremo opuesto criticaba el tono popular que sostiene la obra del primero.
Con respeto casi fetichista, Abós se encarga de replicar los elementos indispensables en una novela que se precie de negra. El crimen violento: un contador público quemado vivo dentro de un féretro; el antihéroe: el solitario, atribulado inspector Muñecas; las mujeres que tientan -la del muerto, su secretaria, la perito Sarti que colabora en la investigación- y las que lastiman, las que más se desean -la esposa de Muñecas (también policía) lo abandona, le pide el divorcio y está enrollada con su abogado-; los sospechosos de siempre: el socio del muerto y sus clientes con negocios demasiado sucios. Los vicios y las obsesiones: a Muñecas lo domina el tango y cuando puede se escapa a tocar el violín en el fondo de una milonga, junto a un grupito unido sólo por esa pasión compartida. Sin embargo, aunque las piezas están todas, hay algo en la estructura de ese artefacto que es Kriminal tango que no termina de encajar.
En ese juego que intenta implantar el molde del policial negro en Buenos Aires, Abós se permite el uso de algunos modismos neutros más propios de traducciones de Hammett, Chandler o, más aún, del doblaje de las películas que en los años 40 popularizaron este género en el cine. “Ahí mismo encendieron el fuego y ardió…” explica Muñecas al comisario, pero bien podría ser la voz centroamericana de Humphrey Bogart. Porque en Buenos Aires lo único que arde es el champú en los ojos: un tipo al que prenden fuego simplemente se quema. Del mismo modo aparecen manecillas en los relojes, atascos en lugar de embotellamientos e incluso hay quien trabaja en una gasolinera. Pero ese detalle podría ser tomado como un juego intertextual y siendo así hasta se lo puede aceptar de buen grado. Lo que sí está claro que no debe suceder es que las pistas (que en este caso son muchas) estén colocadas sólo para distraer y así desaprovechar sin remedio lo mejor del policial: esa posibilidad de entablar un duelo en el que el autor va dejando marcas para que el lector también acepte el desafío de convertirse en detective. Eso no sucede en Kriminal tango: su lectura deja la desazón que queda cuando una pelea de box se suspende por golpe bajo. Hay algo de la frustración de quien se puso a armar un rompecabezas pero que, después de mucho trabajo, se da cuenta que le sobran muchas piezas y le faltan tantas otras.


Artículo publicado originalmente en la revista ADNcultura del diario La Nación.

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