martes, 6 de julio de 2010

CINE - Zenitram, de Luis Barone: Un súper hombre para la patria


La aparición del superhéroe, junto a la figura del vampiro, representa quizá la única mitología propia del siglo XX. Surgidos en los Estados Unidos durante la década del 30, los superhéroes encarnaban los deseos, el ansia y las fantasías de un pueblo corroído por el desastre de la Gran Depresión, que depositaba en ellos su esperanza, pero también su vanidad egomaníaca. Entre ellos, Superman equivale a Drácula: tal vez no sea el primero, pero sí el que reúne por primera vez todos los rasgos de su clase. Algo caído en desgracia ante el fabuloso éxito de sus colegas de Marvel y de su hermano menor, el Batman de Christopher Nolan, Superman continúa siendo el más norteamericano de los superhéroes. Y no por nada es sobre su molde que los creadores de Zenitram le han dado forma al primer superhéroe que responde a un patrón genético inesperado: es incorregiblemente argentino.
La historia de Zenitram es la de un porteño cualquiera, Rubén Martínez (Juan Minujín), que trabaja de recolector de residuos en una Buenos Aires colapsada. Ese porvenir que imagina la película no es ni muy lejano en el tiempo ni en sus alcances, si es que todos los caminos conducen a una crisis global: el agua se ha privatizado y se raciona con un sistema de tarjetas magnéticas. Como en las fantasías retro futuristas del cine estadounidense, por caso Blade Runner, el más exitoso de los fracasos de Ridley Scott, o más aun el Brazil de Terry Gilliam, Zenitram combina una construcción social y tecnológica asentada en el pasado (los años ’50 en la Argentina) pero en un contexto futuro, el año 2025. En ese desolador paisaje, Martínez pierde su trabajo de basurero en la primera escena de la película, convirtiéndose en uno más de los millones de roñosos muertos de hambre que se amontonan en una ciudad donde las villas han crecido hasta invadirlo casi todo. Más resignado que asustado por su incierto futuro, esa misma noche Martínez conoce a un extraño entre los mingitorios de un baño público, quien le revela un destino impensado, una personalidad dormida dentro de él mismo. Tras el semi-palíndromo de su propio apellido se esconde “el otro”; frente a un presente de miseria irremediable (el peor de los temores de la clase media vernácula), la fantasía del héroe que tomándose los genitales se vuelve poderoso. Un relato y un gesto que traen a la memoria la historia de superación del último gran héroe argentino, aquel que no duda en sugerir a sus enemigos “que la mamen”.
Porque si en Superman se esconden uno y todos los norteamericanos, la vida de Martínez/Zenitram reescribe la fábula del chico que consigue gambetear un destino de hambre y pobreza a partir de un don que es a la vez natural y sobrehumano, sueño común cuya última encarnación resulta Diego Maradona. Pero también pueden ser Palito Ortega, Gatica o Eva Perón. No hay héroes sin masa, sin una multitud que siga sus hazañas con admiración o lo recuerde a través del tiempo, y en ese colectivo soñador también se sostiene Zenitram. La referencia al peronismo es directa: una estética monumental/ministerial que el artista plástico Daniel Santoro, director de arte junto a Martín Oesterheld, ha denominado con gracia y precisión como “gótico justicialista”, es el telón de fondo sobre el que transcurre la acción. Exagerando el gigantismo de edificios emblemáticos, como el viejo Ministerio de Obras Públicas o el imponente Kavanagh, asfixiando a la ciudad con una favela interminable e invadiendo todo con un complejo fondo de íconos peronistas, Oesterheld y Santoro logran crear un espacio de argentinidad reconocible a simple vista. Si a eso se suma un héroe amado por el pueblo aun por sus defectos, de quien el poder político intenta sacar provecho, cualquiera notará que el resultado se parece a un espejo deformante, en el que la propia imagen se ve más gorda o más flaca, sin dejar nunca de ser propia.
Es cierto que Zenitram dista de ser perfecta en lo cinematográfico. Será que el trío Barone-De la Vega-Sasturain ha construido un guión que es más grande que la película que podían hacer, un problema económico habitual en el cine argentino. Sin embargo, Barone como director ha tenido buen pulso para poner esa imperfección de su lado. Ha entendido que el sainete era el mejor de los tonos para que los miembros de un elenco sólido (Luis Luque, Daniel Fanego, el propio Minujín, entre otros) pudieran jugar a ser personajes de historieta, lejos de un registro realista. Y justamente Zenitram es una buena película porque no se toma nada en serio. Ni a los superhéroes, ni al peronismo, ni a los argentinos. Lo bien que hace.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos del diario Página 12)

No hay comentarios.: