viernes, 17 de septiembre de 2010

CINE - Los jóvenes muertos, de Leandro Listorti: Contar en imágenes lo que las palabras no pueden nombrar

Nadie sabe cuantas son las formas en que se puede ver al mundo, sin embargo el simple acto de observación es tal vez lo que define a las personas en aquello que tienen de único. El amor, la piedad, el odio, el latrocinio (como escribió con humor Cortázar en Final del juego): es el alma, si existe, la que orienta la mirada, la que capta, desmenuza e interpreta aquello que del mundo se recibe a través de los ojos. Y no está mal empezar por los ojos para hablar de Los jóvenes muertos, la película de Leandro Listorti que se proyecta todos los viernes y domingos a las 22 en el espacio de cine del Malba. Será que los del director son bastante transparentes, no sólo por el celeste que los tiñe sino por lo que uno, también observador, puede creer encontrar allá adentro. Al principio los ojos de Listorti parecen los de un chico travieso esperando el momento oportuno para hacer una maldad inocente, recién imaginada. Pero atentos a la charla en torno al universo de su propia película, se vuelven intensos y apasionados, confirmando todo aquello que han sido capaces de traducir en imagen cinematográfica.
Construida alrededor de una serie de suicidios de más de veinte jóvenes y adolescentes ocurridos a finales de la década del 90 en el pueblo patagónico de Las Heras, Los jóvenes muertos consigue representar sin palabras aquello que justamente no puede ser abarcado, hasta convencer al espectador de que no alcanza con ellas para hablar de los que ya no están. Encadenadas una tras otra con naturalidad, las imágenes se van cediendo el paso mientras desde su cámara -ese otro ojo de mirada indiscreta pero certera- Listorti (re)construye un mundo vacío y vaciado. Imágenes fijas que muestran un pueblo fantasma, donde el factor humano es apenas sugerido por ciertos movimientos y mecanismos. La belleza de cada nueva escena, postales apenas animadas, relega al pasado a las anteriores, expresando con claridad lo efímero de las presencias y la contundencia de lo ausente. Sobre la luz, cada tanto alguna voz nos cuenta historias de Las Heras que aparentan no referirse a la cuestión: Listorti también sabe utilizar a su favor todo el peso de esa elipsis. Como eslabones oscuros, una serie de placas negras que llevan impresos nombres y fechas se van intercalando en el metraje: son la única referencia directa a esos jóvenes muertos que, sin embargo, habitan cada paisaje, cada rincón, cada uno de los rayitos de luz que un film delicado y único consigue aprehender. “Lo que me atrajo en un principio fue el tema de la muerte, pero después finalmente terminé alejándome un poco de él y de lo que había imaginado en un comienzo”, dice Listorti, “centrándome no en la muerte sino en lo que ella genera, qué es esto de la ausencia y lo que no se ve.”
-Es posible que la intención original de la película haya sido la del documental, sin embargo el resultado excede por mucho el género. Debe haber habido una suerte de conflicto entre el hecho en sí de la muerte y la forma de narrarlo, de la misma manera en que debe haber habido una fuerte tensión entre los intentos de documentar y de hacer poesía.
-Era muy difícil construir esa esencia poética, que me parecía riesgosa y me costó mucho conseguirla. Tuve que poner muchas veces en papel lo que quería hacer, porque el proyecto estuvo antes en lugares distintos y había siempre una situación muy compleja de tratar. Pero al terminar siendo una producción un poco más grande de lo que yo había pensado al comienzo, me vi obligado a hacer eso y siempre hubo esta tensión entre lo que pensaba y la manera en que podía explicarlo con palabras.
-También buscaste el apoyo de algunas voces que cuentan determinadas cosas, que son importantes, pero que de alguna manera pueden enturbiar aquello que de esencialmente poético hay en lo que se muestra.
-Siempre tuve la convicción de que incluir las voces era un riesgo que quería tomar. Cuando empezamos a trabajar con un armado inicial, habíamos incluido muchos más testimonios orales. Pero me resultaban más atractivas las partes en donde no hablaba nadie que aquellas en donde aparecía la voz humana. Hubo que encontrar el momento adecuado en el que esas voces entraran y cuánto tiempo tenían que escucharse. Me parece que cada una le otorga vitalidad, una identidad que las imágenes solas no tenían, una forma de agregarle humanidad a un cuerpo que de otra manera hubiera quedado más frío y más distante.

Una mujer, que es testigo de Jehová, habla acerca de las dificultades que las almas de los suicidas tienen para obtener la salvación. Como en la novela Petróleo, de Upton Sinclair, también aparece esta necesidad de encontrar una explicación más allá de lo humano, un espacio de salvación en un pueblo petrolero (como Las Heras). Un rasgo fuerte, como lo es que todo haya sucedido en un pueblo que nació a partir de la vía muerta de un ferrocarril que interrumpe su construcción y que muere dos veces con las privatizaciones en los 90. Tal vez la muerte fuera un acontecimiento esperable, cotidiano en ese pueblo. “Hay una cuestión que empecé a descubrir yendo al lugar, porque en los viajes a las Heras para sacar fotos o grabar sonidos fui estableciendo una relación con el lugar que me impresionó mucho”, dice el director. “Me parece que la historia del pueblo, de cómo se vive ahí, sin facilitar respuestas, sostienen la idea de un lugar donde es factible que esto suceda.”

-Hay una frase de Horacio Quiroga que dice “No ver es negar. Si nadie hubiera levantado la frente, el cielo no sería.” A pesar de estas voces que nos cuentan diferentes cosas, parece haber algo que ninguna de ellas ha terminado de ver.

-Creo que el tema central de la película es ese: el mirar y tratar de ver lo que no aparece en una primera visión. Era un poco lo que me interesaba, tratar de contemplar para tratar de entender. Creo que en eso la naturaleza es súper atractiva: había que capturar algo que está en ella, algo que por alguna razón (que no sé cuál será), es muy difícil de percibir. Estamos entrenados para mirar de una manera determinada que me parece fallida. Por eso esta película también me atraía como un ejercicio para tratar, no de cambiar mi manera de mirar, pero sí tener la posibilidad de mirar las cosas de otra manera, más cercana al tiempo, al ritmo. Tener la cabeza puesta de una manera determinada como para poder capturar lo que a veces se nos dice de manera velada.
-Volviendo a la frase de Quiroga, lo que decís le da a esa idea un nuevo giro, que aún levantando la vista, si no querés ver el cielo, tampoco lo vas a ver. Será interesante tratar de entender qué es lo que verá en tu película la gente de Las Heras.
-Entiendo que quizás ver Los jóvenes muertos puede resultar una tarea difícil para gente que no esté entrenada en el mirar las cosas de un modo distinto. Pero por otro lado, sospecho que deben tener un cierto interés por la película, ya por el sólo hecho de que muestra su lugar. Pero para mí es un misterio que es lo que pueden llegar a pensar de la película; digo, si uno piensa en ella sólo como una película sobre los suicidios que ocurrieron ahí, puede llegar a decepcionarse, porque no es mucha la información que se da ni son muchos los detalles.
-Pero está claro que la película no busca ser documental.
-No. Parte de una serie de hechos verídicos, pero en el camino la información se procesa y se transforma, para terminar diciendo algo distinto. Ya sabremos que ocurre cuando se proyecte en Las Heras.
-Si bien el tema de la película es esa serie de muertes, el eje principal parece estar puesto en la ausencia. Sin necesidad de intentar darle una explicación a lo ocurrido: ¿crees que se puede morir de ausencia?
-Habría que pensar por ausencia de qué. Uno vive con la ausencia, vivimos soportando la ausencia, temiendo futuras ausencias. Incluso parte de lo que me llevó a hacer la película es mi interrogante acerca de la propia ausencia: imaginar que antes existían cosas que ya no existen siempre me llevó a preguntarme qué lugar es el que ocupa uno en esa línea de tiempo y qué queda después. Uno inevitablemente sufre pérdidas y esas pérdidas se convierten en ausencias que se van acumulando. Incluso en el tema de la propia muerte lo que preocupa es la ausencia, el pensar que va a pasar con los otros cuando yo no esté. Lo que va a pasar conmigo cuando ya no esté.
-La vida es entonces una cadena de ausencias concretas y de ausencias por concretar.
-Una acumulación de ausencias pasadas o por pasar y supongo que cada uno, como en tantas otras cosas, trata de encontrar la mejor manera de convivir con esas ausencias. Algunos lo hacen mejor y para otros resulta más complicado procesar eso y seguir viviendo pese a todo. El mundo está lleno de ausencias.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

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