viernes, 17 de diciembre de 2010

CINE - Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky: La propia vida imaginada como ficción

Muchos han pensado aquello de conocer la parte y el todo; el todo a partir de las partes o conocer la parte y aparte, el todo. Pero nadie parece conocer la realidad. Todo, parte, realidad: conceptos sin cuerpo que adquieren un carácter concreto y agobiante cuando se habla de uno mismo. En la última película de Edgardo Cozarinsky, Apuntes para una biografía imaginaria, esos elementos tienen una importancia capital. A saber: nadie se conoce en realidad, ni entero ni en fragmentos, y a los más que se puede aspirar es a un conjunto, a veces orgánico (a veces no), de ficciones construidas a partir de la memoria, madre de toda ficción. Cozarinsky, borgeano al fin, lo sabe bien y es desde allí que propone una versión de sí mismo (una de tantas posibles) que no será extraña para aquellos iniciados en su trabajo previo en el cine y la literatura.
Cozarinsky cuenta un sueño y como en los sueños, su biografía imaginada parece ir de un lado a otro como inconexa, saltando de Saigón al río Elba, de Tanger a la estación Constitución y de Fanny Zilveritch a Estela Canto, con paradas en Berlín, París, Julio Verne y Paul Bowles. Breves relatos (que pueden ser vistos de manera unitaria, como cuentos reunidos en un libro en movimiento -recurso natural de un director que escribe o escritor que filma-) se suceden sin que nada en apariencia los encadene. Y es que no hay en Apuntes para una biografía imaginaria el carácter lineal de la cadena, sino la idea de una multitud de flechas que en el aire se disponen a dar todas en el mismo blanco. Un centro que comienza a quedar claro en el capítulo titulado “Reciclajes”, donde el cabello cortado en las peluquerías parisinas durante la guerra, acaba en las hilanderías convertido en mantas, guantes, abrigados zapatitos de señora. Es la transmigración; la continuidad de una misma alma viajera haciendo escala de cuerpo en cuerpo. Es la mirada que comparten esos rostros que, en silencio y en primer plano, tal vez también estén pensando lo mismo. Es El Aleph de Borges renaciendo en las mil lenguas de sus traducciones; en todas las esquinas rosadas; en cada puente que une al mundo con el Sur o en cualquier tigre jugando entre el bambú. Son las escenas que parecen páginas de los libros del propio Cozarinsky (algunas lo son), resucitadas para volverse acción sobre la luz. Es el agua de muchos ríos, que filmada en primer plano se convierte en un cuadro impresionista animado. La vida como ficción; “la muerte como viaje” de nunca acabar.
De regreso al comienzo: una vida puede ser muchas y también no ser. Apuntes para una biografía imaginaria no es hija única. Otros directores alrededor del mundo le han parido hermanas. Allí están las exquisitas Del tiempo y la ciudad, del inglés Terrence Davies y My Winnipeg, del canadiense Guy Maddin, odas en primera persona a espacios y tiempos que ya no son y que tal vez nunca fueron. La memoria filmada como ficción, una obsesión sobre la que Edgardo Cozarinsky ya ha sabido insistir, en letra o en celuloide, pero que, parece, no se puede quitar de la cabeza.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Tiempo Argentino.

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