miércoles, 12 de enero de 2011

CINE - Noches de encanto (Burlesque), de Steve Antin: de chillidos y otros despropósitos

Así como es difícil para el ateo dar fe de la existencia divina, así de arduo resulta, para quienes no gustan del género, aceptar al musical como experiencia cinematográfica válida o gratificante. Tal vez se trate de prejuicios, o de que el género resulta más riesgoso que otros, habida cuenta de que no son muchas las películas que salen bien paradas del desafío. Lo cierto es que la pasión por el musical termina siendo casi una cuestión de fe. Sin embargo, por el cine ha pasado gente como Ginger y Fred, Gene Kelly o Julie Andrews y pueden recordarse películas tan diversas como El mago de Oz, El extraño mundo de Jack y hasta la desbocada Team America, todas pruebas que parecen confirmar que tal vez dios sí exista. El problema es que las contrapruebas suelen ser no menos contundentes: Noches de encanto, del desconocido Steve Antin, se perfila en muchos de sus detalles como una diatriba a favor del ateísmo.
Para empezar, la historia parece sacada de un guión descartado por Disney por demasiado repetido. Si se atiende a que el relato gira en torno de Ali, una camarera de Iowa que decide ir a probar suerte a Hollywood, sin más experiencia que la de cantar con la fonola del bar donde trabaja cuando este está cerrado, e imaginando el obvio final, es fácil conjeturar que se trata de una versión de Cenicienta para fanáticos de High School Musical. Ali (Christina Aguilera) no tardará mucho en encontrar trabajo de mesera en el cabaret Burlesque, donde fue a ofrecerse como bailarina y cantante. Ahí conoce a Tess (Cher), dueña y coreógrafa, para quien ese lugar es su vida y está a punto de perderlo por no poder afrontar el pago de la hipoteca. Tess está asociada a su ex marido, quien la presiona para vender el club a Marcus, un agente inmobiliario tan seductor como ventajero. Ali trabará amistad con Jack, el chico que trabaja en la barra del lugar, y las cosas amenazarán con pasar a mayores. Finalmente, a partir de una serie de hechos afortunados, ella tendrá oportunidad de integrarse a las bailarinas del Burlesque y, más adelante, se convertirá en su estrella y principal atracción. El cuadro se completa con una colección básica de personajes de color, que van del modisto homosexual y confidente de Tess a la engreída y celosa Nikki, la bailarina que con la aparición de Ali pierde su lugar estelar.
Es necesario decir que si bien el relato es simple, esquemático, orientado a un público adolescente (que es el que en teoría podría interesarse por el debut cinematográfico de Christina Aguilera), los números musicales son visualmente aceptables. Sin embargo, su debilidad es central: la estridente voz de Chris es un llamado bastante convincente a la sordera voluntaria. Tanto como su labor actoral es una deuda incobrable; por este papel es candidata a los premios Razzie (los anti Oscar), cuyas nominaciones muchas veces son exageradas, pero no es éste el caso. Basta verla entrar a Cher a la pantalla y escuchar su voz profunda, para que todas las posibilidades de Aguilera queden reducidas a nada. No hay paridad entre las protagonistas, y eso redunda en un evidente desequilibrio. Para rescatar: la solvencia de Stanley Tucci haciendo eficaz a un personaje que es un cliché ambulante, y unos pocos toques de humor sarcástico. Y sin ser una virtud, Noches de encanto al menos no se dedica a destruir ningún clásico, pecado imperdonable que el año pasado para esta época cometía Rob Marshall con su lacerante adaptación musical de 8 y 1/2 de Fellini. Entonces Dios no existe, pero en algún rincón de un pasado que sin dudas fue mejor goza de buena salud.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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