miércoles, 2 de noviembre de 2011

LIBROS - ¿Cómo, esto también es matemática?, entrevista con Adrián Paenza: Matemática para todos


La matemática puede ser un enigma, muchas veces irresoluble. Pregúntenselo a ese amigo que hace años demora el trámite de terminar el secundario porque debe Matemática de 3º y, ahora adulto, no se anima a presentarse por miedo a otro bochazo. El enigma deviene frustración. De los problemas que la matemática plantea, tal vez el más difícil de resolver sea justamente ese: ¿cómo hacer para quitarle la máscara monstruosa que entre todos le calzamos a la matemática? Ese es el desafío que parece haber asumido el periodista y matemático Adrián Paenza, autor de la exitosa saga de libros ¿Matemáticas… estás ahí? y conductor de programas de divulgación, como Alterados por Pi, que se emite por canal Encuentro. Tanto desde los libros y la televisión, como desde las columnas que publica semanalmente en la contratapa de Página/12, Paenza ha hecho suya la misión de desacralizar la matemática. En todos los casos, la popularidad parece confirmar que está teniendo éxito.
La novedad es que acaba de publicar un nuevo volumen en el que compila una gran cantidad de situaciones, problemas o anécdotas en las cuales la matemática vuelve a ser la clave. Bajo el título de ¿Cómo, esto también es matemática?, el libro vuelve a presentar los mismos recursos: “No podría decir que los lectores vayan a encontrar nada que ya no hiciera en otros libros. No puedo prometer una cosa diferente: son historias nuevas que voy recolectando y que publico en la medida que puedo”, afirma Paenza.

–En el primer capítulo del libro afirmás que en la escuela la vergüenza va sepultando a la curiosidad y que entonces uno prefiere no preguntar para no pasar por burro.
–Claro. Y la matemática está asociada con eso porque nadie quiere exhibirse como un burro, nadie quiere decir “esto no lo entiendo”. Ese es un mito para romper: el ser humano en general tiene problemas para coexistir con la posibilidad de decir “no sé”, o “no entiendo”, o “contámelo de nuevo”.
–Sin embargo la matemática, más que ninguna otra materia, está asociada al estereotipo del burro: alguien puede no ser bueno en Lengua o en Historia, pero difícilmente le digan burro tantas veces como al que no entiende matemática.
–Pero como se ha expandido tanto ya no importa, porque en matemática pasás a formar parte de la mayoría. Al contrario: el que está mal visto es aquel al que le va bien y entonces es un traga o un nerd. Uno tiende a tranquilizarse en el orgullo de pertenecer al gran rebaño de personas a las que les va mal en matemática. No es que sea un problema sólo de los chicos: también lo tienen los padres y los abuelos de los chicos y eso ocurre porque se mantuvo alejada a la matemática de los problemas de la vida cotidiana. Una persona que aprende a manejar, lo hace con alguien al lado que le explica y que por lo general suelen tener muy poca paciencia. Llega un momento en el que la persona que aprende se siente humillada, pero se lo banca. ¿Y por qué? Porque al final sabe que va a ser mejor si sabe manejar que si no sabe: uno acepta la humillación de pasar por un calvario en el que lo tratan como a un tonto porque al final va a terminar manejando. En cambio en la matemática uno dice: “está bien: yo paso por estos tropiezos, ¿pero después qué me espera en la tierra prometida? ¿Para qué me va a servir?” Necesitamos romper con ese embrujo de que la matemática sólo tiene que ver con los números.
–¿Cómo se resuelve el problema?
–Imaginá un chico que nunca jugó al fútbol y yo te dijera que lo lleves a un campito y le enseñes. Vos vas y le decís: “Lo primero que te voy a enseñar es a formar parte de una barrera.” Entonces lo parás al chico como si estuviera en una barrera y vos le pegás un pelotazo. El pibe te va decir que el fútbol no le gusta. Y es razonable que no le guste. Con la matemática hacemos lo mismo: a los chicos le presentamos de entrada la barrera. Y no es que eso no sea matemática, pero esa no es la forma de seducir a nadie. Con la matemática se tiende a empezar por un aspecto que si bien es operativo, no es necesariamente la parte fascinante o lúdica, donde hay magia para utilizar, hay teoría de juegos. Hay otro lugar desde donde empezar a enseñar matemáticas.
–¿La matemática está siempre presente en tu vida? ¿Los números te asaltan en cualquier circunstancia, como le ocurre en la escena final al protagonista de la película Mátrix?
–No, no me salen los números de todas partes, en principio porque las matemáticas no son sólo números: la aritmética es sólo una parte, no menor, pero tampoco la más relevante dentro de la matemática. Sin embargo yo no puedo desproveerme de pensar. Te doy un ejemplo concreto: vos sabés leer y escribir, ¿no? Si yo te pongo una palabra o una cantidad de letras, vos no podés verlas separadas: intuitivamente, aunque no entiendas, las leés. Ya no podés mirar cada símbolo por separado porque ya estás acostumbrado a leer. Es inexorable leer. Tu pregunta es esa: “¿Vos leés?” Sí, claro que leo, pero muchas veces no me doy cuenta de que estoy leyendo: no tengo otra alternativa que leer, porque es lo que he hecho toda la vida. Me han munido de una cantidad de herramientas que uso naturalmente. Seguramente tengo herramientas diferentes para pensar, pero eso no me hace ni mejor ni peor.


UNA CUESTION ETICA

–En los agradecimientos de libro recordás a algunos amigos a los que considerás tus faros éticos: Marcelo Bielsa, Víctor Hugo Morales, Horacio Verbitsky y Alberto Kornblihtt. Y mencionas a Carlos Griguol y León Najnudel, que intuyo también están incluidos en esa categoría. Esa mención permite creer que la ética es un aspecto importante en tu vida. Ahora: ¿hay una ética en la matemática?
–Te diría que la ciencia en sí misma no tiene moral. Pero la utilidad que una persona le da a aquello que sabe, sí. De eso trata la obra Copenhague, de Michael Frayn: ¿Imaginate que Hitler hubiera contado con la bomba atómica? La obra muestra la discusión entre dos físicos (Niels Bohr, inventor de la teoría atómica, y Werner Heisenberg, uno de los impulsores de la física cuántica) acerca de la utilización de los conocimientos que tienen. En la Facultad de Ciencias Exactas, más allá de jurar por la patria, por Dios o lo que fuere, uno realiza el juramento de utilizar los conocimientos adquiridos para fines pacíficos, sin violar los Derechos Humanos… Desde ese lugar yo interpretaría que la utilización, no de la matemática sino de la ciencia en general, debería ser para mejorar la calidad de vida de las sociedades y no para perjudicarlas. Ahora, si hay una ética implícita en la matemática, no lo sé: no llego a darme cuenta si el simple hecho de hacer algo de matemáticas pudiera ser condenable desde un punto de vista ético. Porque hay determinadas cosas que uno también puede hacer con la matemática, como una bomba atómica. El Proyecto Manhattan fue realizado por mentes brillantes, pero olvidémonos por un instante de eso: el resultado fue que se tiraron dos bombas atómicas. Uno podría decir que fue la forma de terminar la guerra, pero al mismo tiempo no puedo dejar de ver que la fabricación de la bomba es un problema grave. Tengo muchas dificultades personales con la aceptación de eso. Es igual que ocurre con la tortura: si supieras que una persona puso una bomba que está a punto de explotar, qué hacés: ¿lo torturas para que te diga? Yo no: hay un límite que no quiero violar, que es el respeto a otro ser humano. No quiero transformarme en un equivalente del que pone una bomba.
–A partir de este asunto de la ética, es posible suponer que el cambio de la forma en que se mira a la matemática pueda puede implicar un cambio en la sociedad.
–Que estaríamos mejor, eso es seguro, porque estaríamos más educados. La matemática te provee de herramientas y redes lógicas para prepararte en caso de que algo no funcione. Te acostumbra y te entrena para buscar caminos que de otra forma uno no buscaría. De por sí eso ya te mejora como individuo. Entonces, sí: mejoraría fuertemente la calidad de las sociedades en las que vivimos.


Entrevista publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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