sábado, 25 de febrero de 2012

LA COLUMNA TORCIDA - Al cielo por espejo

Son muchos los motivos por los que Dios es injusto. El primero podría ser que en realidad no existe, pero se empeña en hacernos creer lo contrario. Aunque quizá no convenga ir por este lado, a menos que uno quiera concluir antes de empezar.
Digamos entonces que si tuviera que creer elegiría al viejo y querido panteísmo, el sistema que mejor refleja la esencia del creador a través de la única prueba de su existencia: su creación. Imagino a esos dioses como a un grupo de amigos aburridos, cansados de hacerse bromas pesadas durante toda la eternidad, buscando una excusa para conjurar la peor de las plagas divinas, el hastío. Sólo por cuestiones prácticas aceptemos que esos amigos podrían ser tres, no para hacer la cosa más católica (Dios nos libre), sino porque tres es el número perfecto para una reunión de amigos dispuestos a reírse de todo. Eso mismo es lo que ocurre cuando nos juntamos a cenar con Daniel y con Hernán. Empezamos por someternos a las más crueles burlas intestinas, aprovechando que conocemos mutuamente nuestros miedos y tristezas, nuestras debilidades y puntos vulnerables, información que con inocencia fingida hemos ido confesándonos por turnos. Aquello suele ser una carnicería verbal donde nunca mostramos piedad y siempre es posible acercar al otro al borde del abismo emocional, aunque al final nos aburrimos, como debieron aburrirse ellos. Pero a esa altura ya somos tiburones excitados por el olor de unas gotas de sangre en el agua (nuestra propia sangre) y necesitamos desesperadamente continuar con la matanza. En ese momento es cuando a los dioses debió de ocurrírsele la misma idea: “Precisamos a alguien más”, se habrán dicho, “alguien con quien poder ensañarnos sin culpa ni compasión”. Es lo que hacemos con Hernán y Daniel cuando ya no nos queda un hueso sano, recordamos en ausencia al resto de nuestros conocidos.
Si los dioses, hartos de mirarse en el espejo, nos hicieron a su imagen y semejanza sólo para tener alguien a quien patear en el piso, queda el consuelo de saber que ellos deben ser igual de estúpidos y divertidos. Nuestros mejores amigos (si es que en verdad existen).

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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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