sábado, 22 de septiembre de 2012

CINE - La casa del miedo (Silent House), de Chris Kentis y Laura Lau: La copia del miedo

El cine de género uruguayo dio en los últimos años un par de golpes interesantes que desde este lado del charco no alcanzaron a ser valorados en su dimensión justa. El primero lo conectó en 2009 Fede Álvarez, director y factotum del increíble cortometraje ¡Ataque de pánico!, donde imagina una invasión alienígena que destruye Montevideo con un ejército de naves y robots gigantes. Gracias a eso hoy Álvarez se encuentra dirigiendo una remake de Evil dead (gran debut de Sam Raimi en los años 80), producida nada menos que por el propio Raimi y Bruce Campbell, protagonista de las tres películas de la saga. El segundo impacto, menos estruendoso, es el que consiguió Gustavo Hernández con La casa muda, film de terror en toda regla que nada tiene que envidiarle a las producciones clase B norteamericanas. Aun reconociendo lo meritorio de este último logro, no puede dejar de mencionarse que las películas del género difícilmente superen el estándar de la mediocridad, y que la de Hernández si lo conseguía era con lo justo. Lo notable de su caso es que, como sucedió con la española REC, el uruguayo logró vender los derechos para que la máquina de picar cine norteamericana realizara una versión hecha al gusto de su propio mercado. Esa remake es esta La casa del miedo que acaba de estrenarse en Buenos Aires. La historia es la misma y durante los primeros tres cuartos de la película no involucra más que diferencias mínimas. Sarah es una joven que llega con su padre y su tío a una casa de campo que hace tiempo dejaron de utilizar para pasar las vacaciones. La idea es venderla, pero para ello deben reparar algunos daños causados por el maltrato al que la han sometido intrusos ocasionales. La noche llega y con ella se suceden situaciones extrañas y fantasmales, es decir, lo mismo que ocurre en el cine de género cuando se hace de noche en una casa vieja y sin luz. Su padre es atacado y entonces Sarah deberá enfrentarse sola a una presencia que la sigue por todas las habitaciones de esa casa inmensa, incluyendo el sótano de rigor que no podía faltar. La casa muda tenía dos gracias que La casa del miedo sostiene. La primera es el supuesto mérito de estar realizada en un único plano secuencia (recurso truculento y falaz, aunque bien resuelto), y la segunda es que la cámara nunca abandona a la protagonista, de modo tal que al espectador se le permite saber sólo aquello que ocurre en presencia de la chica. Un detalle a tener en cuenta en el giro final del relato que, por supuesto, no será revelado aquí. A cargo de Chris Kentis y Laura Lau, director y productora de un film de suspenso interesante como Aguas abiertas, La casa del miedo tiene el defecto de lo explícito, un mal congénito en la narrativa cinematográfica norteamericana. Sí algo se permitía La casa muda, aun con todo lo evidente que ya era el final original, era cierta vaguedad, la forma en que al menos intentaba que la cosa no terminara arruinada por el trazo grueso y, siendo exagerados, hasta cierta poética de lo sobrenatural. Esa “sutileza” aquí es reemplazada por un final que no deja lugar para las dudas y en donde todo cobra un realismo pornográfico que necesita mostrar lo que en la original se sugería ya con bastante énfasis. Un detalle que habla a las claras de una sociedad en la cuál el verdadero terror se encarna en la posibilidad de que las cosas no sean ni blancas ni negras, sino indefinidamente grises. Artículo escrito originalmente para ser publicado en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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