jueves, 2 de mayo de 2013

CINE - "Simón, el hijo del pueblo", de Rolando Goldman y Julián Troksberg: Historia de un país tuerto

El relato comienza hace dos años, durante la celebración del Día de los Trabajadores de 2011, pero la historia nace mucho antes, con la primera gran corriente migratoria que la Argentina recibió desde Europa, a finales del siglo XIX. Ese es el punto de partida de Simón, hijo del pueblo, el documental dirigido por Rolando Goldman y Julián Troksberg que reconstruye la historia de Simón Radowitzky, un personaje fundamental pero silenciado de la historia de los movimientos obreros en el país. Tomando como eje las investigaciones que el historiador y escritor Osvaldo Bayer realizó sobre este joven inmigrante y militante del anarquismo que, junto con el socialismo, encarnaba las luchas por las reivindicaciones sindicales, el film de Goldman y Troksberg desanda varias de las páginas más sangrientas de la historia nacional pero aún así, de las más necesarias de recordar. El propio Bayer, quien en la película se encarga de la narración histórica, afirma casi al comienzo de la película que le “gusta escribir sobre los héroes del pueblo” y no “sobre los héroes oficiales”. Allí, en esa oposición entre héroes populares y próceres canónicos, se apoya uno de los ejes principales de esta historia. 
Como en otros documentales que narran diferentes etapas de los movimientos obreros y los cambios sociales en la Argentina (ver El día que cambió la historia, codirigido por Jorge Pastor Asuaje y Sergio Pérez; o Clase media, de Juan Carlos Domínguez), Simón, hijo del pueblo comienza con el final de la campaña del desierto. Luego de que los ejércitos de Julio Argentino Roca sepultara la barbarie, masacrando a la población natural de la Patagonia y ganando aquel “desierto” para la civilización, surgió la máxima contradictoria que indicaba que gobernar era poblar. Justamente lo opuesto de lo que Roca acababa de hacer. Nació así el impulso de la inmigración, cuyo principal objetivo era reemplazar el indeseable salvajismo de los pueblos originarios, importando de Europa población civilizada. Ese falso gesto de brazos abiertos al mundo ocultaba una necesidad: la de una mano de obra barata para ocupar los puestos de trabajo que la creciente industria nacional, ligada sobre todo a los productos agrícolo-ganaderos, precisaba para apuntalar su progreso. Millones de trabajadores europeos desocupados llegaron entonces con sus familias a la Argentina, en busca de esa vida próspera que una Europa atestada y en crisis les negaba. Pero acá no los esperaba el paraíso.
La Argentina naciente, gobernada desde Buenos Aires y diseñada a imagen y semejanza de Europa, no ofrecía condiciones de trabajo mucho más favorables que las que dejaban atrás en sus propios países. Jornadas de trabajo de más de 12 horas y salarios miserables formaban parte de la vida laboral en la tierra nueva. Es así que los inmigrantes, venidos principalmente de Italia y España pero también de Polonia y Rusia, comenzaron a organizarse tal como lo hacían en sus tierras, formando los primeros movimientos obreros del país. La llegada del anarquismo y el socialismo fue un efecto colateral no previsto de aquel plan de gobernar poblando. Aquellos trabajadores tomaron al primero de mayo, día de la masacre de Chicago, como una fecha destinada a reunirse y hacer manifiesto su reclamo por mejoras en las condiciones de trabajo. El 1° de mayo de 1909, el jefe de policía de Buenos Aires, coronel Ramón L. Falcón ordeno reprimir a los trabajadores reunidos, dejando un saldo de cuatro muertos y muchos heridos. Consultado por la causa de tan violenta acción contra los obreros, Falcón dijo que los manifestantes llevaban banderas rojas en lugar de la azul y blanca.
Antes de ser elegido como jefe de policía, el coronel Falcón había sido un miembro destacado del ejército de Roca, en el cual se distinguió particularmente en las matanzas de indios. Las familias de los trabajadores muertos nunca recibieron resarcimiento alguno por sus familiares asesinados por la represión ordenada por Falcón. Simón, el hijo del pueblo cuenta la historia de Simón Radowitzky, miembro de una familia de inmigrantes ucranianos enrolados en el anarquismo. Los movimientos libertarios afirman que cuando la justicia desde arriba (el estado) no funciona, entonces el pueblo tiene derecho a ejercerla desde abajo, sobre todo en contra de los grandes tiranos. Simón fue elegido por sus 18 años edad, ya que por ser menor no podía ser condenado a muerte, para llevar a cabo un acto de justicia popular: matar a Ramón Falcón, uno de los hombres que más homenajes tiene actualmente en Buenos Aires incluyendo monumentos, calles y parques públicos que llevan su nombre. Por el contrario, Simón Radowitzky fue detenido y recluido en el penal de Ushuaia, y casi nadie recuerda su nombre. 
La película lo rescata a través de un doble relato: por un lado la narración histórica realizada por Bayer; por el otro una ficcionalización que gira en torno a Julián, un sobrino bisnieto de Simón, personaje creado para la ocasión, quien descubre el vínculo a partir de la portada de una revista con la foto de su antepasado. Sin embargo en esta subtrama no todo es imaginario, ya que incluye parientes reales de aquel muchacho que sacrificó su libertad en pos de una justicia que tal vez pueda ser cuestionada en sus métodos, pero no en sus fines. Estos descendientes encarnan el clásico relato familiar en el que se sostiene y legitima toda tradición. Realizado con medios limitados pero con información abundante y precisa, Simón, el hijo del pueblo consigue algunos aciertos estéticos, como una interesante utilización de la música y sobre todo del material microfilmado, cuya dinámica y diseño son aprovechados también para una gráfica atractiva y oportuna de los títulos de la película, dos detalles que pueden parecer menores, pero que ayudan a crear un marco atractivo para lo verdaderamente importante: la información. Y allí el documental cumple con su cometido principal: transmitir un relato histórico que no debe perderse, porque forma parte legítima e indispensable del nacimiento de la nación Argentina y de una forma particular de reverla por fuera de toda canonización hegemónica. Porque la historia, si lo que busca es comprender el conjunto completo, debe ser primero el relato de los pueblos y no una mirada parcial impuesta desde el poder.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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