viernes, 20 de septiembre de 2013

CINE - 2° Festival Internacional UNASUR Cine: Bolivia frente al espejo

Dentro del amplio panorama latinoamericano que representan las diversas competencias del 2° Festival Internacional UNASUR Cine, hay dos títulos que dan cuenta de la actualidad cinematográfica en Bolivia, un cine que a pesar de su proximidad resulta casi por completo desconocido para los espectadores argentinos, en especial para los de Buenos Aires. Se trata de Insurgentes, último film del prestigioso Jorge Sanjinés, un artista con una mirada social y política fuertemente ligada al trabajo de otros directores como los argentinos Raymundo Gleyzer y Fernando Solanas, o al brasileño Glauber Rocha, y del documental Ciudadela, del jóven director Diego Mondaca. La visión conjunta de ambas no sólo sirve para tener un parámetro mínimo pero poderoso del presente del cine boliviano, sino que resultan en un retrato muy revelador de la cosmovisión cultural e histórica de la nación boliviana.
La película de Sanjinés, que forma parte de la competencia internacional de ficciones, es un intento que puede considerarse exitoso de encadenar los diferentes hitos de las luchas de los pueblos indígenas bolivianos contra la ocupación europea. Un relato que va moviéndose en reversa, encadenando hechos como el derrocamiento y asesinato del presidente Gualberto Villarroel, ocurrido en 1946 luego de una campaña de difamación llevada adelante por los medios de comunicación para impedir que concretara una profunda reforma agraria en beneficio de los pobladores originales, hasta el cerco con que un ejército indígena casi consiguió hacer caer a la ciudad de La Paz a finales del siglo XVIII. Sanjinés cierra su relato retomando ese recorrido histórico a comienzos del siglo XXI, con las famosas guerras del agua y del gas, circunstancias que anticipan la llegada al poder del actual presidente de Bolivia Evo Morales, el primero de sangre indígena y proveniente de la clase obrera. El propio Morales se interpreta a sí mismo en un par de escenas sobre el final de esta película, que más allá de sus limitaciones consigue erigirse como una versión épica de la historia boliviana.
Insurgentes instala un concepto que el propio Jorge Sanjinés, presente en esta segunda edición del UNASUR Cine, reafirmó durante la charla con los espectadores al finalizar una de las proyecciones: “Los pueblos indígenas forjamos sociedades que anteponen el nosotros al yo”. Un concepto que no sólo define a las culturas originales de los pueblos americanos, sino que resulta fundamental para entender aquello que viene a mostrar el documental de Mondaca. Ciudadela, que forma parte de la competencia de cine documental, se encuentra íntegramente rodada en el interior del penal de San Pedro, en la ciudad de La Paz. Si bien puede decirse que comparte su tema con buena cantidad de películas ya vistas, lo que este documental viene a ofrecer de único son las características impares del espacio que se propuso retratar y que tienen que ver directamente con ese colectivismo al que alude la definición de Sanjinés. 
Si bien sus habitantes son reclusos, la estructura interna del penal no se diferencia en nada de un barrio cualquiera: ahí no hay celdas y muchos de los prisioneros viven con sus familias, incluyendo a sus hijos, que concurren a la escuela dentro del penal. En San Pedro los prisioneros tienen sus negocios, trabajan, ejercen sus oficios, almuerzan en los bares que ellos mismos atienden, todo puertas adentro de esa prisión cuya mecánica es tan difícil de entender para quienes han sido criados en el paradigma de la cultura occidental. Para su director la lógica de ese espacio resulta inexplicable en el contexto de “una cultura judeocristiana basada en la culpa, en lo punitivo, que en Bolivia es una cultura legal, pero no es nuestra cultura”. “La justicia del indio, que es nuestro sistema tradicional, es inclusiva”, continúa Mondaca. “Si tu cometes un delito dentro de tu comunidad, le robas la comida a tu vecino por ejemplo, tu castigo será cultivar la tierra de tu vecino o de la comunidad, entonces realmente entenderás el valor de esa tierra, de esa comida y de ese trabajo.” 
La cámara de Mondaca recorre el penal de San Pedro con libertad paradójica, siguiendo a un coyita de no más de dos años, un bebé, que va por los pasillos y corredores de ese laberinto como si estuviera en su casa. Porque está en su casa: tanto esa cárcel como Bolivia y América fueron y serán siempre su hogar. Ciudadela representa una experiencia única, no sólo desde sus muchas virtudes cinematográficas, sino desde su valor como objeto integrador, como eslabón para tratar de unir dos culturas que comparten el mismo territorio desde hace más de quinientos años, pero que todavía no consiguen terminar de comprenderse y aceptarse.  

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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