lunes, 21 de septiembre de 2015

LIBROS - "Sinsentidos comunes", de Ezequiel Zaidenwerg y Raquel Cané: El absurdo, versión argentina

La aparición del libro Sinsentidos comunes que acaba de publicar la editorial Bajo la Luna, con textos de Ezequiel Zaidenwerg y dibujos de Raquel Cané, es un objeto literario infrecuente. Pero no sólo dentro de las letras argentinas, sino en el contexto de la literatura universal. Ello no se debe a que el mismo represente una revolución literaria, una obra de vanguardia o un procedimiento innovador de escritura, sino más bien todo lo contrario. Se trata de un volumen de limericks, una forma poética extinta que vivió su momento de esplendor a comienzos de la era victoriana en Inglaterra, durante la segunda mitad del siglo XIX. Aunque en realidad habría que ver si alguna vez tuvo una vida más allá de la obra del inglés Edward Lear, que si bien no fue su creador, sí su mayor exegeta y tal vez el único autor cuya obra es reconocida justamente por estar construida sobre esta extraordinaria e infrecuente forma de poesía. Pero si el libro de Zaidenwerg y Cané puede ser considerado como mínimo una rareza, lo es aún más en los detalles de su adaptación a la geografía argentina, un recurso que no lesiona las reglas del género, pero que con sentido de la oportunidad lo dota de una gracia adicional que los lectores locales sabrán apreciar. Pero, a todo esto: ¿qué cuernos es el Limerick? 
El limerick representa un gran exponente del nonsense (sinsentido), uno de los puntos altos de la literatura del absurdo, una de las más representativas de las letras victorianas, en la que desde recursos bien distintos también abrevaron otros autores mucho más reconocidos que Lear y cuya máxima expresión es Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. Hay dos elementos importantes que lo definen, comunes a toda construcción del arte, que son los famosos hermanos forma y fondo. Es decir, su particular estructura y versificación, y el contenido o alma poética que en ella habita.
Para definir ambas cosas de manera sucinta, alcanza con recurrir a la primera página del ensayo que César Aira le dedicó a su admirado Edward Lear, en el libro homónimo editado por Beatriz Viterbo Editores. “El ‘limerick’, que recibió este nombre cuando ya había concluido su ciclo en la literatura inglesa del sigo XIX, es el poema de cinco versos de ritmo anapéstico, con un esquema de rima aabba, que presenta alguna característica o hazaña de un personaje, casi siempre habitante de una ciudad o lugar que se menciona en el primer verso”. Por lo general las acciones descriptas producen la idea de que sus protagonistas se encuentran sobre el límite que separa a la cordura de la locura. Por último, el limerick en su versión leariana (si es que hubiera alguna otra) siempre es acompañado por un dibujo cuyos trazos, de simpleza casi infantil, ilustran con gracia aquello que el breve poema narra. Podría pensarse que hay en ello una redundancia, sin embargo lo que hacen los dibujos, como un antecedente del humor gráfico o la historieta, es completar al texto y son fundamentales para alcanzar el éxito en la búsqueda del (sin)sentido. Así, por un lado plasman lo absurdo del relato y por el otro, terminan de ubicar al limerick en la conjunción exacta de lo humorístico con lo infantil, condiciones ineludibles del nonsense.
Nada de todo eso falta en Sinsentidos comunes. Por sus páginas deambulan los personajes más inverosímiles, cuya infrecuente conducta los convierte en bichos raros. De esa manera van apareciendo el chacarero de Corrientes que cultiva soja entre los dientes o un cirujano de La Plata que opera vestido de pirata; o el malabarista de La Falda, que convenientemente tenía seis brazos en la espalda; o la sonámbula de Morón que bailaba dormida el reggaetón. Uno a uno, los limericks de Zaidenwerg van trazando un mapa reconocible para el lector local, pero sin apartarse ni un poco de los procedimientos y las reglas impuestos por Lear hace más de un siglo y medio. 
Por su parte los dibujos de Cané recuperan el espíritu de los que el propio Lear trazaba para sus limericks. Incluso muchas veces hasta respeta la moda victoriana que caracteriza a los personajes del inglés. Dibujos que parecen hechos por un chico: es que Lear, extraordinario dibujante de animales (oficio con el que se ganaba la vida), jamás consiguió representar con igual eficiencia la forma humana. Estos dibujos también le sirven a Cané para acentuar en algunos casos el color local que proponen los textos de Zaidenwerg. Así nos encontramos con el caso de un profesor de Fuerte Apache que exageraba la pronunciar la h. “Un día, el pedagogo,/ al grito de ‘¡Me ajogo!’,/ murió en su bañera en Fuerte Apache”, completan los últimos tres versos de limerick en cuestión. En el dibujo, detrás de la bañera en la que el docente se ahoga de manera irremediable y absurda (sin sentido), aparecen sobre un estante un retrato de Carlitos Tévez, junto a una vela encendida y una virgencita, probablemente la de Luján, poniéndole con gracia al típico limerick inglés un inconfundible acento argentino.  

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

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